Sobre un linchamiento mediático

Dos personas entran en una sala en la que se imparte una conferencia. Boicotean el acto. Se les pide varias veces que depongan su actitud. Uno de los organizadores pierde los estribos, se saca el cinturón, se lo echa a la espalda, y durante unos segundos hace el amago de pegar con él a a una de las personas que interrumpe. En ningún momento llega a pegarle.

¿A quien condena el pueblo a la hoguera? ¿Quien se ve obligado a pedir disculpas? ¿A quien le cuesta el cargo? ¿Soy el único al que le chirría que no haya sido justo al revés?

El linchamiento mediático del, ahora, ex-presidente de la  Asociación de la Prensa de Granada es ilustrativo por varios motivos:

– El escándalo empieza cuando, por una vez, el tradicional boicot de actos legales ha sido contestado por uno de los asistentes.

– Los agresores, en este caso, son agresoras. Detalle importante. Porque si vienen a tu casa a insultarte y amenazas con echarlos a hostias, eres un facha, pero si quien te agrede tiene coño, además eres un machista.

– Es totalmente falso, como publica Público, que se detenga porque vea que está siendo grabado por las cámaras. En el vídeo se ve con total claridad que baja el cinto cuando todavía no está mirando hacia la que graba. Pero no hay que perder la oportunidad de llamarle también cobarde.

Los hechos son que dos personas han ido a interrumpir el derecho de unos ciudadanos a celebrar un acto amparado por el Estado de Derecho. Un conferenciante que ha perdido los papeles y se ha encarado con los agresores.

Pero los hechos son irrelevantes. Lo que cuenta es la estética. La imagen que se transmite es la de un hombre mayor, con un cargo, y encorbatado, levantándole la mano a una chica joven y anti-israelí. No se trata de quién tiene razón, sino de con quién empatice el público.

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