A vueltas con el aborto, la familia, la libertad y la izquierda

Vuelve a salir en Menéame el tema recurrente del aborto. Sobre esto, y sobre otras cuestiones adyacentes, creo que conviene recordar lo que venimos afirmando o sugiriendo en este blog respecto a la función sociopolítica y económica estructural que desempeña la llamada cultura de la muerte, defendida por la izquierda posmoderna. La izquierda posmoderna debe distinguirse de la izquierda clásica, dominante en Europa hasta los años 60 o 70. Ésta se preocupaba fundamentalmente por los problemas de la justicia, desde una perspectiva social: redistribución de salarios, ampliación de la cobertura social, universalización de la educación… Las preocupaciones de la izquierda clásica son preocupaciones que es necesario recuperar y poner otra vez en primera línea, pues tratan de los problemas más graves y reales que afrontan nuestras sociedades (en Europa y en el resto del mundo).

La izquierda posmoderna, en cambio, se preocupa más de cuestiones relativas a las libertades individuales: comportamiento sexual, «derecho» a la «muerte digna», libertad para consumir determinadas drogas, etc. Esto, más allá de que tenga su razón en determinados casos, es algo que afecta a la vida de ciertos individuos pero que no afecta tanto —o incluso no afecta en absoluto— al rumbo general de una sociedad. Y esta diferencia es muy importante.

Mi tesis es que la izquierda posmoderna desempeña un papel funcional dentro del sistema socioeconómico actual y de la ideología (o cultura) globalista que lo apoya. Por eso las preocupaciones de la izquierda posmoderna son (contrariamente a lo que gustan de pensar sus militantes) aceptadas y consagradas en la cultura dominante occidental, porque resultan fuentes de legitimación para las tendencias que interesan al sistema económico globalista:

• El comportamiento sexualmente promiscuo es interesante para el sistema globalista, porque si a los agentes dominantes en dicho sistema les interesa que un trabajador esté dispuesto a deslocalizarse lejos de su localidad de origen para aprovechar las oportunidades miserables ofrecidas por un sistema económico-laboral precarizante, estará más dispuesto a aceptar esa deslocalización precarizante si sus relaciones humanas consisten en copular aleatoriamente con una desconocida cada fin de semana que si está vinculado afectivamente a una novia estable que visita con frecuencia.

• Si al sistema globalista le interesa contar con una trabajadora que esté dispuesta a vivir de ciudad en ciudad sin rumbo denitivo a cambio de unas mejoras salariales paupérrimas (o incluso a cambio de nada, de mantener solamente su trabajo), resulta más conveniente que esa mujer no tenga que sopesar la existencia de un hijo que deba continuar en su escuela y mantener a sus amigos. O que no tenga que valorar que está casada. Funcionalmente, para el sistema globalista, el matrimonio «tradicional» y los pruritos morales respecto al aborto son obstáculos a la libertad del mercado laboral (entendido este como acumulación del capital e incremento de desigualdades sociales).

• Por los mismos motivos, la vinculación familiar con los ancianos, y el sentido de responsabilidad con estos, son otro obstáculo. Resulta más conveniente, para el globalismo, que se facilite el suicidio a las personas que «sobran» al dejar de constituir unidades eficaces de producción. Por eso la cultura posmoderna favorecerá que los familiares de los ancianos no se sientan obligados con ellos, y que los estados eviten «despilfarrar» dinero en mantenerlos con vida. La extensión de los debates sobre la muerte digna no se entiende sin incluir este aspecto.

Por todo esto, la cultura de la izquierda posmoderna desempeña un papel funcional dentro del esquema globalista de poder, de la economía trasnacional y de sus relaciones de dominación. El estilo de relaciones humanas individualizantes que promueve la cultura de la izquierda posmoderna es un instrumento utilísimo para estrechar esa dominación, en la que los individuos se ven despojados de las estructuras sociales intermedias (familia, barrio, gremio, comunidad religiosa, etnia) que hasta ahora operaban entre ellos y el superpoder económico-estatal, el cual, al saberlos solos, cada vez los aprieta, maneja y explota más y más. Acaso la cultura social de la izquierda posmoderna sea el instrumento más eficaz para conducir a esta dominación, por cuanto se presenta a sí misma como la antítesis política del sistema económico globalista y «neoliberal» y como su mayor enemigo, cuando en realidad es su quinta columna psicológica y cultural.

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4 respuestas a A vueltas con el aborto, la familia, la libertad y la izquierda

  1. Tortilla von Patata dijo:

    Las conclusiones y el análisis sobre la izquierda me parecen razonables, pero los motivos concretos me convencen menos.
    Yo no vería, en principio, una utilidad laboral, sino una línea general de pensamiento que se concreta en esos resultados, sin ser específicamente esos la motivación inicial.

    En general, desconfío de esos toques de conspiración. Creo que hay suficiente estupidez repartida por el mundo como para que nosotros solitos nos cavemos la tumba.

    Me parece que debería hablarse de algo más amplio, la conversión de todo en un objeto de consumo, intercambiable, poniendo el acento en que es la diversidad y el rápido cambio la que proporciona la felicidad. Los traumas permanentes, los conflictos difíciles de resolver, son desfavorables y la gente quiere resolverlos con la facilidad con que se cambia uno de calcetines cuando el par anterior está sudado.
    Diría incluso que es una interiorización y adaptación de valores de mercado que, de rebote, han resultado reforzadores de ese mercado. El consumismo quería que consumiéramos, la gente se lo creyó y comenzó a expandir los ámbitos de consumo, favoreciendo al mercado que les había dado esa visión. Una carambola.

  2. Pingback: Nada nuevo | Licor-café

  3. tapasduras dijo:

    Como al barón Von Patata, me cuesta aceptar que el declive del arraigo se derive en última instancia de un plan premeditado, pero estoy de acuerdo en que sus efectos son los que describes: un debilitamiento de las estructuras sociales que facilita la masticación de los beneficiarios, ante el entusiasmo de los masticados.
    De alguna manera, la gaznápira progresía se ha convencido de su propia autonomía, cuando se rige por una especie de heteronomía concupiscente que acelera su propia degeneración.
    Vamos, que les das una patada en los huevos y te contestan: «no, si a mí me gusta».

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