Por qué dejo de participar en Menéame

Motivo 1

El gran amigo que compartió piso conmigo durante los últimos años del gobierno de Aznar sabe que durante esa época dejé de informarme de lo que estaba pasando en España. No leía periódicos, ni veía la televisión ni escuchaba la radio. El clima político que había durante ese tiempo me afectaba lo bastante como para no querer saber lo que estaba pasando, porque cada vez que lo sabía era peor, más demencial, más agresivo. Como dijo Javier Ortiz por aquel entonces, parecía que los comentarios políticos (de las tertulias, de los periódicos, etc.) estaban en una competición de «a ver quién la soltaba más gorda». Si uno decía que las ideas de Ibarretxe eran un atraso, el otro tenía que decir que no solo era eso, sino que Ibarretxe era intolerante, y el siguiente tenía que decir que no solo era un atrasado y un intolerante, sino también un fascista, y el siguiente tenía que decir que no solo era un atrasado, un intolerante y un fascista, sino un cómplice de asesinos… y así ad infinitum. Y lo que más mostraba el carácter histérico de todo aquello era que si había un quinto tertuliano que decía estar de acuerdo con que Ibarretxe era un atrasado, un intolerante y un fascista, pero que había que puntualizar que Ibarretxe no había ayudado a matar a nadie, entonces los demás tertulianos saltaban de su asiento y, escandalizados, se le echaban encima por querer justificar las atrocidades de Ibarretxe.

Llegado un punto, era evidente que la forma que había adquirido el «debate» público, convertido únicamente en medio de agit-prop y difusor de un discurso de odio, no era casual. Estaba muy conscientemente dirigido a crear un estado de opinión que se debería describir propiamente como histeria colectiva, y que justificase la imposición de restricciones políticas autoritarias contra la comunidad autónoma vasca, y especialmente contra los nacionalistas que la gobernaban. Y la estrategia tenía éxito, y a mí me parecía que no había discurso racional que pudiera contrarrestar el poder machacón de las fuerzas unidas del gobierno más todos los medios estatales de difusión. A la fuerza no hay razón que la venza. Solo podría parar si Aznar perdía las elecciones y el gobierno del PSOE pasaba a depender del apoyo nacionalista (como acabó sucediendo). De modo que mi organismo, que tiene un límite de negatividad que puede absorber, decidió que mientras no se pudiera hacer nada me sería mejor no enterarme de toda la mierda mental que se vomitaba día sí y día también. Higiene cerebral para no amargarme el día. Hubiera preferido que me dijeran ya quiénes estaban en la lista de «buenos» y «malos» y que me señalaran con quién debía pegarme que tener que escuchar más tertulias de la COPE o de la SER. Afortunadamente, todavía había música, literatura y History Channel.

Hace un tiempo que la sensación que tengo al leer la mayoría de los comentarios políticos que se hacen en Menéame es parecida a la que sentía cuando escuchaba las tertulias políticas de los años triunfales aznarianos. No es solo que todo cura ha de ser un cerdo pedófilo, ni que todo policía un garrulo analfabeto fascista e hijo de puta (cuánto clasismo estúpido rezuma, por cierto, esta atribución), o que todo político liberal experimente un placer íntimo cada vez que un pobre muere de hambre y frío arrastrándose solo en un callejón. Además de ello, frecuentemente la mera insinuación de que esto no sea así, de que estos tres estereotipos sean reduccionismos acríticos que niegan una realidad más amplia y más humana, se ve enterrada bajo montones de votos negativos, puestos por gente que ni siquiera desea oír algo diferente a lo que proclama con agitación histérica. Es más, ni siquiera desean convencer al que no piensa como ellos: convencerle implicaría que dejaría de ser su enemigo, y realmente lo que desean es imponérsele.

Motivo 2

Empecé a leer Menéame hace tres años, porque lo hacían la mayoría de mis compañeros de trabajo (efectivamente, lo han adivinado: un caso flagrante de procrastinación colectiva). A primera vista saltaba su sesgo ideológico, que no compartía, pero Menéame tenía para mí en aquel entonces la utilidad de que agregraba noticias de fuentes diversas, y que por lo tanto podía enterarme de cosas que no salían en otros medios, y sobre todo que no salían de forma alineadamente militante. Todo el mundo sabe que en El País gustan más de destacar las noticias que perjudican la imagen del PP, y que en ABC gustan más de destacar las noticias que perjudican la imagen del PRISOE. Y todo el mundo sabe que lo medios se han convertido casi en meros órganos de propaganda preelectoral permanente.

No sé si ya era así y me he dado cuenta progresivamente, o si Menéame ha ido cambiando, o ambas cosas, pero ahora no creo que Menéame sea diferente. La única diferencia es de tipo agentivo: lo que en El Mundo se hace bajo la dirección de una sola persona, llamada Pedro J. Ramírez, que conscientemente selecciona los pedazos de realidad que le interesan y oculta lo que es relevante pero no le conviene, en Menéame se hace por una masa agregada que, por dinámica autogenerada, crea un discurso que retroalimenta sus puntos de vista y expulsa de la «realidad oficial» los puntos de vista que no concuerden con ella.

Para una persona que solo piense en los aspectos organizativos que están detrás de los discursos públicos, seguramente hay una diferencia radical entre Menéame, por un lado, y El País, la COPE, El Mundo o Antena 3 por otro. Para mí, que me interesa el resultado social de los discursos públicos, la diferencia es menor de lo que algunos querrían reconocer. De una forma u otra, la masa agregada de Menéame ha generado un ámbito de discurso público que tiene indudablemente su influencia social, y la ejerce de la misma forma que El País o el ABC ejercen las suyas. Cada uno de ellos defiende que hay una interpretación política correcta —la propia— y que las demás son sostenidas por motivos espurios, incorrectos, fanáticos o poco nobles. Que los suyos son los buenos, y que los otros son los «corruptos», los «malvados» o los «ignorantes». Por ese motivo, también, vengo notando que la lectura de Menéame cada vez me aburre más.

Supongo que la claudicación de los que dirigen la página, ante una masa crecientemente retroalimentada y cada vez más inmadura, tiene que ver con la resaca del aquel «Ban day» que no viví. No lo sé, y no lo puedo analizar, pero me preguntó si los beneficiarios de este negocio (que al fin y al cabo es) se plantean la funcionalidad y efectos sociales del invento. No es una pregunta retórica, pero tampoco demanda respuesta.